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ELEGANCIA Y SENTIDO CRÍTICO

OPINIÓN, jul / ago 2007
por Marinella Calzona | Nº 14
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Seguir la moda hoy y ser elegante precisa de un gran sentido crítico: los estampados con grandes flores, los lisos de tonos violentos, los tejidos de red, los encajes y las transparencias, los corpiños imitación guêpière, las prendas íntimas que se convierten en vestidos, los zapatos bordados, los vaqueros con incrustaciones de cristal, los ombligos al aire, etcétera, son elementos “de riesgo”.

Algunos son absolutamente rechazables, otros podrían ser tomados en consideración sólo después de haber pedido consejo con humildad.

La moda tiene necesidad de mostrarse y de exhibirse a sí misma. No así la elegancia que huye de la ostentación. Ser elegante es pasar desapercibido y ser recordado por la discreción personal. La elegancia es natural e inconsciente: quién la posee no habla de ella, quién es elegante no está preocupado por lo que lleva puesto. Para llevar con elegancia un sombrero se debe olvidar que se lleva puesto; para llevar sin ostentación una bonita joya, es necesario que sea considerada como un objeto bello que adorna, no el signo del valor económico o social personal. Hay que olvidar que se posee.

La elegancia no se puede explicar. Como la belleza, sólo se puede mostrar. No es codificable. No se puede elaborar un prontuario al cual acudir en caso de duda; la persona elegante encuentra en sí misma el modo de comportarse y de vestirse. Es, sin embargo, un pequeño código personal que se alimenta de la experiencia, el recuerdo, la tradición personal; se nutre desde la percepción interior de lo bello, de la costumbre personal del gusto por lo bello. Un pequeño código que, cada día y con medida, se va renovando; no es elegante el que viste siempre de la misma manera, repite siempre los mismos gestos, se comporta siempre del mismo modo, sino quién, en nuevas circunstancias, sabe encontrar el nuevo modo de comportarse, se renueva. La elegancia se mueve, por tanto, entre el ritmo tradicional y las tensiones de lo nuevo.

La elegancia tiene como presupuesto que el traje responda a la edad, a la personalidad, conformación física de quién lo lleva y, además, se encuentre en armonía con el lugar y la circunstancia en los que se lleva. Se desvela, además, por los detalles, es la suma de pocos y pequeños elementos: una joya, un cinturón, los zapatos o el bolso, el peinado, etcétera.

Ir “a la moda” no es siempre ser elegante. A menudo la moda es un factor de... falta de elegancia si no es filtrada por los criterios estéticos personales: un depósito de moda que consiste en la propia esencia, la forma de presentarse, actuar, moverse y vestirse que han originado en cada uno su estilo personal.

Si aquello que está de moda es por sí mismo elegante, incluso quién no tiene ese estilo corre pocos peligros al llevarlo... pero si la moda de por sí no lo es, es muy fácil caer en la vulgaridad. Seguir la moda hoy y ser elegante precisa de un gran sentido crítico: las reproducciones de escamas de lagartos y serpientes; los tejidos de red, encajes y transparencias; las reproducciones de los bosques en los tejidos; los corpiños imitación a guêpière; las prendas íntimas que se convierten en vestido; el calzado trabajado, bordado y estampado; la cintura cada vez más baja que deja al aire el ombligo, “incluso el de la embarazada”, etcétera, son elementos que necesitan una fuerte valoración crítica porque son o pueden estar, ellos mismos, faltos de elegancia, si no vulgares.

Quién tiene estilo se mantiene lejos de todo ello y tomará de esta modernidad un pequeño detalle que no desentone con la propia personalidad, edad y situación social. Quizá antes de hacerlo sabrá pedir consejo con humildad.

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