MODA Y LIBERTAD
OPINIÓN, febrero 2009

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“La moda del siglo XXI significa el triunfo de la libertad”. Esta frase la dijo un poco enfáticamente, en una entrevista, el modisto francés Emmanuel Ungaro. La moda, en sus titulares y slogans, se ha nutrido en infinidad de ocasiones de la aureola, casi mágica, que rodea la palabra libertad porque no hay prerrogativa de la persona tan importante como la de sentirse libre, dueña de sus actos, de sus ideas y de sus proyectos.
¿Qué no se habrá dicho y escrito sobre la libertad? Aquí las interpretaciones y adulteraciones han encontrado un amplio campo de acción. No hay más que consultar el Diccionario de la lengua de la Real Academia Española para ver las distintas acepciones que pueden darse al concepto de libertad, tan alabado y a veces tan mal interpretado. Me quedo con dos de las definiciones más significativas. Dice la primera “Facultad que tiene el hombre de obrar de una manera o de otra, y de no obrar, por lo que es responsable de sus actos”. Leemos más adelante “Desenfrenada contravención de las leyes y buenas costumbres “. Esta última, por cierto tan en boga, podría traducirse por una “libertad sin límites”, una interpretación que la equipara a una independencia desvinculada. La pura y dura entronización del relativismo y el subjetivismo frente a las leyes objetivas.El falso enfoque de la libertad lleva a algunos a pensar que en el horizonte artístico de la moda no hay límites, que lo único que importa, a la hora de diseñar son los argumentos de originalidad, innovación o sorpresa espectacular. Los postulados de una sociedad individualista han contribuido a organizar a ciertos sectores de la moda actual con un rechazo de las leyes éticas y hasta estéticas. Algunas corrientes de moda, al igual que algunas corrientes de arte moderno, quieren colocar la primacía de la libertad individual por encima de todas las normas preexistentes e imponer modos y estilos avasallando leyes y costumbres, conforme a su abusivo código de la libertad.
Decía Saint Exupery que “el hombre vale según el número y la calidad de sus vínculos” y estos vínculos -éticos y estéticos- no pueden quedarse en la cuneta a la hora de hacer moda como en cualquier otro aspecto de la conducta humana. El diseñador que prescinde de vínculos y criterios para acogerse sólo a lo que llama la atención, a lo provocador y ostentoso, deslumbrado por la magia de una falsa libertad, se situará en los parámetros de una moda vacía de contenido y abocada a contribuir a la edificación de una sociedad sin valores.
Manejando la libertad desde su puesto de consumidora de moda, la mujer debe actuar también con criterio y sentido común para no contribuir a la ceremonia de la confusión. Actualmente la multiplicidad de modelos y estilos diversifica y psicologiza el vestido. La mujer es libre de buscar una imagen, un estilo que esté de acuerdo con su forma de ver la vida, con sus creencias, con su visión del mundo y de la sociedad. Esta “libertad de opción” es precisamente una de las mejores prerrogativas que le ofrece la moda actual. Se equivocaría si empleara esta posibilidad para buscar solamente la originalidad epatante, el inconformismo, la excentricidad y la exhibición del cuerpo.
La esencia de la elegancia –que viene de eligens, elegir- está en vestir de acuerdo con una imagen equilibrada entre el interior y el exterior, sin fisuras ni esquizofrenias de la apariencia. Sin la tiranía de unos falsos valores emancipadores.



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