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LA EFICACIA DE LOS SENTIMIENTOS

OPINIÓN, marzo 2008
por Josefina Figueras | Nº 21

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En una de las cartas publicadas recientemente en nuestra revista, Maria Suárez Pérez, una estudiante de periodismo de 18 años, nos pedía que en un próximo número de www.asmoda.com habláramos sobre lo que también debe ser considerado “belleza” en un sentido más amplio porque lo esencial de una mujer no es únicamente su apariencia. Hoy lo hacemos desde esta sección de Opinión.

El cuento “La bella y la bestia” que ha sido llevado al cine y a los espectáculos musicales, tiene un encantador mensaje que se plasma en una de sus canciones “La belleza está en el interior”. Está claro que en nuestra época, en la que domina el consumismo a toda máquina y el culto a la imagen, la teoría de la “belleza interior” que apuntara ya en el siglo XVI Baltasar de Castiglione en “El cortesano” sigue en plena actualidad. La relación entre el alma y el cuerpo, entre las cualidades físicas y las cualidades morales, son algo que ni la medicina, ni la estética medicalizada de nuestros días pueden olvidar.

La revista americana Health Psychology hizo público un estudio que revela que las mejores medicinas contra determinadas patologías son virtudes psicológicas personales como el optimismo y la templanza. Recordando las tres virtudes esenciales que ya Platón recomendaba a sus contemporáneos –fortaleza, templanza y sabiduría- científicos americanos, israelíes y canadienses confirmaban en esta revista la ligazón entre el alma y el cuerpo. La salud y el buen aspecto exterior tienen mucho que ver con las batallas que se libran en el interior de nosotros mismos. El famoso slogan de que “la cara es el espejo del alma” no ha perdido su vigencia, a pesar de todas las revoluciones estéticas y los avances cosméticos.

Tener en cuenta la importancia del atractivo personal, utilizar con sentido común y acierto las posibilidades de la cosmética, es un ejercicio sano que puede hacer la existencia más agradable y placentera. Sin embargo no se puede hacer de estas prácticas el móvil preeminente de nuestra existencia, ni buscar solamente la autoestima personal, una seducción efectista o un narcisismo de tintes egocentristas. En un articulo de Juan Manuel de Prada llamado “Canon de la belleza” este escritor recreaba el mito de Narciso y los peligros de una belleza que se funda en contemplarse a si mismo y no en proyectarse a la mirada de los demás.

“También el error de nuestra época -decía Prada-consiste en haber suplantado la mirada benéfica del otro por la mirada estéril de un individualismo que se apoya en las muletas intransigentes de la moda. Ya no nos conformamos con gustar, sino que, ofuscados por un endiosamiento narcisista, aspiramos a gustarnos a nosotros, una empresa que cabría calificar de desdichada y autista si no interviniesen en ella otros elementos que nos convierten en peleles manejados por el despotismo de cuatro mercachifles empeñados en secuestrar nuestra voluntad”

En nuestro mundo posmoderno, donde todo se relativiza, es bueno asentar la belleza en unos principios sólidos que tengan en cuenta la actitud interior y la opinión ajena. Gracias a Dios y a los genes hay mujeres bellísimas y, gracias a las dietas bien buscadas y a las industrias cosméticas, se puede acentuar esta belleza o hacerla más asequible a las mujeres menos afortunadas. Lo que no podemos hacer es convertirnos en esclavas de la báscula o sentirnos desgraciadas cuando los métodos antienvejecimiento o anti “lo que sea” no dan el resultado que esperamos.

La belleza necesita interpretarse en claves de optimismo y buen humor, con un sentido de la vida que la pone en sus justos límites y no la convierte en clave insustituible de nuestra existencia. Una sonrisa que nace de dentro, una actitud interesada hacia los problemas ajenos, un tono de serenidad ante los acontecimientos, pueden ser unos atributos estupendos aunque las arrugas del rostro no desaparezcan en la proporción y la rapidez que promete el último cosmético. Los sentimientos pueden convertirse, en cambio, en una receta maravillosa y eficaz que nunca falla. Georges Elliot lo interpretaba de una forma sencilla y poética:

“Los sentimientos humanos son como los poderosos ríos que bendicen la tierra: no esperan a la belleza, fluyen con fuerza irresistible y llevan la belleza consigo”









LA EFICACIA DE LOS SENTIMIENTOS

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